Marquesado de la Vilueña.
El marquesado de La Vilueña es un título nobiliario hereditario español creado por el rey Felipe IV en 1626 favor de José Manrique de Luna, también llamado José de Luna Manrique de Lara, hasta entonces señor de los lugares de La Vilueña y Valtorres y posteriormente rehabilitado por el rey Carlos II el 30 de marzo de 1691 en la persona de Dionisio Ximénez de Urrea, Conde de Aranda y Caballero de la Orden Militar de Calatrava. Este título ha ido pasando de generación en generación creando una línea nobiliaria muy importante hasta que fue a parar a uno de los miembros de la familia Carrillo, de la villa de Vinuesa.
De hecho, Vinuesa cuenta con un palacio de los Marqueses de Vilueña que se construye en 1754. Un edificio majestuoso y único. Pensado en un principio como residencia de descanso, este palacio destaca sobre los demás porque se construyó de una manera anormal a la época; es de mayor escala, sus materiales son exquisitos y sus fachadas muestran una estampa muy elegante para lo que eran esos años.
Mariano Cabrerizo y Bascuas (6/2/1785 – 9/12/18689).
Mariano Cabrerizo y Bascuas fue uno de los once hijos de un matrimonio de propietarios de tierras de La Vilueña, un pequeño pueblo del partido judicial de Calatayud, próximo a Ateca, en la actual provincia de Zaragoza. Cuando tenía los once años, sus padres le enviaron a casa de unos parientes de Zaragoza, ciudad en la que el futuro editor y librero comenzó a trabajar en la librería de Francisco Ruiz, una de las más afamadas de la capital aragonesa. Allí tuvo la oportunidad de conocer a personas influyentes relacionadas con el arzobispo de Zaragoza, Joaquín Company y Soler. Poco después de que éste fuera enviado al arzobispado de Valencia, Mariano Cabrerizo también se trasladó a la ciudad levantina, gracias a la ayuda que le presta Antonio Carrera, tesorero del arzobispo.
Corría el año 1801, y aunque Cabrerizo trabajó durante unos años en el taller de un encuadernador, ya en 1809, a la edad de veinticinco años, abrió su propia librería. Poco después, creó un gabinete literario o “librería circulatoria”, fórmula consistente en el préstamo de libros previa suscripción.
Al igual que otras grandes ciudades españolas, Valencia tenía desde antiguo una sólida tradición en artes gráficas y comercio de libros. A finales del siglo XVIII, la actividad de librero empieza a independizarse en muchos casos de la de impresor, y a comienzos del XIX muchos impresores y algunos libreros se inician en una actividad hasta entonces desconocida, la de editor, es decir, la persona que por su cuenta y riesgo decide financiar la impresión y comercialización de una obra, poniendo los medios técnicos y mercantiles necesarios. Ésta fue la trayectoria que siguió Mariano Cabrerizo, que en 1816 inaugura su propia editorial publicando el libro “Itinerario descriptivo de las provincias de España y de sus islas y posesiones en el Mediterráneo“, de Alexandre Laborde. Al mismo tiempo, siguió impulsando su labor de librero, creando una red comercial propia que se extendió por ciudades de España, Francia e incluso Hispanoamérica, y si bien al principio recurrió a talleres tipográficos ajenos, como los de Estevan, los hermanos Orga o Mompié, en 1830 abrirá su propia imprenta.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823), Cabrerizo, firme partidario del nuevo régimen constitucional, ocupó cargos de responsabilidad. En 1820 fue nombrado teniente de Cazadores de la Milicia Nacional; en 1821 fue ascendido a capitán y un año después accedió al cargo de regidor (concejal) del Ayuntamiento de Valencia. Su actividad política durante esos años le acarreó graves consecuencias tras la reinstauración del absolutismo por parte de Fernando VII. En marzo de 1823, fue detenido y acusado, entre otros cargos, de publicar libros prohibidos, ser enemigo de la religión e imprimir sin el signo de la Cruz el Calendario para el Reino de Valencia, obra de la que había obtenido el privilegio de publicación en exclusiva en 1821.
Tras casi tres años de prisión, Cabrerizo fue indultado y puesto en libertad en noviembre de 1825. Aun así, unos meses después recibió la orden de abandonar Valencia, ciudad a la que no se le permitió volver hasta 1827. Durante ese tiempo, el editor, instalado en París, aprovechó para conocer de primera mano las obras de los románticos franceses que más tarde publicó en España.
Fuente: Real Academia de la Historia